Está bien si Twitter/X se va al diablo
Es hora de dejar ir de una buena vez la fantasía de la "plaza pública digital"
Estoy en Twitter/X1 desde el 2008, un año y medio después de su creación. Tal como era la usanza en aquel entonces, mis primeros tweets sonaban como un preadolescente reportándose ante una mamá invisible: “aplicando Calorub”, “saliendo a hapkido”, “en la cafetería de la clínica”.
Más adelante, tanto yo como el resto de la incipiente tuitósfera nos comenzamos a sofisticar y a compartir pensamientos, escritos, opiniones. Se organizaban juntas y fiestas tuiteras, se hacían buenos amigos e incluso se conocían amores y parejas. Mientras en Facebook todo era ver álbumes de selfies de parientes lejanos y jugar FarmVille, Twitter se sentía como ese espacio abierto donde las ideas fluían con libertad y donde podías conectar con gente en base a intereses y puntos de vista compartidos, en lugar de si fueron al mismo colegio.
Los early adopters de Twitter tendían a ser personas tecnológicamente curiosas y naturalmente interesadas en expresarse: gente vinculada a medios, emprendimiento, comunicación, arte y ciencia. Much@s nerds. Uno que otro famosillo. Uno que otro político. Y precisamente porque había mucha gente de medios, las noticias circulaban primero en Twitter. Los periodistas acudían a informarse y a informar. Habían bots, pero eran inocentes: daban el tiempo, reportaban temblores, notificaban nuevos blogs.
Y comenzaron a pasar cosas importantes donde Twitter pareció ser protagonista, como la Primavera Árabe de 2010-2011. Súbitamente, todo el mundo comenzó a hablar de “las redes sociales” como motores de información real, cambio político y auto-organización.
Por fin, una plataforma para la democracia y la libertad de expresión que no estaba en poder de los medios masivos. Una alternativa a la censura y a la propaganda. Un “ágora digital”, un lugar utópico y meritocrático donde toda la ciudadanía podía encontrarse, donde las buenas ideas triunfaban en base a su mérito intrínseco, y donde podías debatir con el presidente de tu país y que te respondiera.
La cosa se ve muy diferente hoy. Mientras escribo estas líneas, Twitter se ha convertido básicamente en el muy caro experimento social de Elon Musk, quien lo zarandea y desarma como un niño malcriado con un juguete que no le gusta.
Y mucho antes de esta etapa, Twitter ya venía siendo —y todavía es— el lugar favorito de trolls, manipuladores políticos, doxxers y otras variantes de sociópatas. Ah, y bots, muchos bots. Granjas de bots generando spam, intentando torcer la opinión pública y crear la ilusión de multitudes, o meramente sembrar el caos y la desconfianza. Tus tweets ya no llegan a tus seguidores. Ya casi no ves los tweets de la gente a la que sigues (a menos que sigas al dueño de Twitter).
Sí, aún puedes informarte y ver opiniones… si logras sortear la avalancha de tweets emitidos por quienes se compraron su check azul y que vienen a rentabilizar su inversión. Y buena suerte compartiendo contenido de plataformas que compiten con Twitter (como ésta).
Y yo pienso que está bien. Es bueno que Twitter decaiga y se vuelva un lugar cada vez más confuso, caótico y desprestigiado. Debemos abandonar el romanticismo de la “plaza pública digital”.
Porque los humanos no estamos hechos para ella.
Times Square digital
Visitar Times Square en New York es una experiencia distópica. Te mezclas con una cantidad abrumadora de personas, entre las cuales se cuentan miles de turistas con ojos vidriosos tomándose selfies, gente apurada yendo y viniendo de trabajar en edificios interminablemente altos, seres disfrazados de personajes de Disney con un aura siniestra que te presionan para que les des propina, predicadores hablándole a la nada, gente semidesnuda, y gente que parece haber perdido la cordura a causa del sobreestímulo sensorial. Frenéticos paneles LED destellan publicidades en loop infinito. Hay bullicio y multitudes las 24 horas del día.
Hay, básicamente, demasiado de todo.
Me parece la metáfora perfecta para Twitter. De hecho, creo que ambas “plazas públicas” causan efectos parecidos en las personas.
No estamos preparados para procesar a tanta gente a la vez. Muchos estudios apuntan a que coexistir en espacios con demasiado gentío trae estrés, aislamiento, depresión y mayor incidencia de desórdenes psiquiátricos.
El diseño abierto, amigable con el anonimato y público por defecto de Twitter permitió, durante años, que cualquiera interactuase con cualquiera. Eso funcionaba bien, claro, en los años en los que los tuiteros se juntaban en un bar a compartir cosas de nerds2.
Pero pasaron varias cosas.
La primera es que Twitter comenzó a importar demasiado para influir en la opinión pública. Los periodistas construían su pauta en base a Twitter y a las tendencias que Twitter parecía reflejar. Y eso atrajo actores interesados en explotar el sistema para fines políticos o comerciales.
La segunda es que Twitter se comenzó a preocupar de monetizar por sobre moderar o mantener la salud de la plataforma. Y para monetizar, necesitas que la gente vuelva a Twitter una y otra vez.
Y la tercera, precisamente, es que se comenzó a optimizar el algoritmo de Twitter para aumentar el engagement. ¿Qué entendemos por engagement? Todo eso que señala involucramiento emocional: dar like, retwittear y responder. Ojalá las tres, y de manera continua en el tiempo. ¿Qué contenido es el más efectivo para lograr dicho involucramiento?
Adivinaste: el contenido polarizante, incendiario e indignante.
Si juntas estas tres cosas, y le sumas un sistema diseñado para favorecer el anonimato y la interacción sin restricciones, entenderás perfectamente por qué la manera de hacer política de Trump y la alt-right encontraron su nido perfecto en Twitter.
Y nosotros mirábamos esa retórica inflamable desfilar frente a nuestros ojos, y no podíamos no reaccionar. Es que no se puede ser tan racista/machista/caradura/estafador, despotricábamos. La tentación de usar la caja de “Responder” para poner a ese impresentable en su lugar y decirle un par de cosas bien dichas era demasiada. Y comenzaba la discusión enardecida y la borrachera de adrenalina, y 25 tweets más tarde la resaca moral y psicológica. Al día siguiente, vuelta a lo mismo.
Y así, caíamos una y otra vez en la trampa.
¿Por qué caíamos en la trampa?
Caíamos —y caemos— en la trampa porque, por lo visto, nuestros cerebros procesan todas las interacciones sociales —virtuales o no— como si estuvieran físicamente presentes. Este concepto se llama Teoría de Presencia Social, y dice que mientras más “inmediata” una interacción, más físicamente cercana se siente.
El máximo grado de inmediatez está dado por interacciones que evocan más cercanamente la presencia cara-a-cara, como las videollamadas. Interactuar mediante tweets, sin tener la inmediatez de una videollamada, son lo suficientemente cercanos como para que percibas un grado de presencia social.
Pero recordemos que el algoritmo está trayéndonos primero los tweets de políticos extremistas metiendo miedo, famosos saliéndose de madre, gente chismoseando sobre esos mismos famosos, predicadores chalados, crypto bros hiperventilados, etc. La Teoría de Presencia Social sugiere que sentimos como si Twitter nos pusiera en medio de un salón junto a todos estos seres.
O imagina un Times Square donde todas las personas que tienes a tu alrededor están vociferando algo que te indigna: discursos de odio, tergiversaciones descaradas, teorías conspiranoicas, insultos gratuitos, etc.
Es un ambiente artificialmente hostil y estresante, porque (1) jamás tendrías a tal densidad de ese tipo de personas juntas hablando de esa manera y (2) jamás dichas personas tendrían en la realidad un amplificador como el que les da Twitter.
Recordemos que la identidad personal ejerce efectos de automoderación, y es algo que también sucede con la presencia y cercanía físicas. Por eso podemos comportarnos increíblemente agresivos con otros vehículos cuando conducimos, mientras que con las mismas personas, en una vereda, seremos muchísimo más cordiales y pacientes. Así también, tímidos adolescentes con autismo pueden volverse crueles trolls online.
Entonces tienes el doble combo de: (a) interacciones que se sienten lo suficientemente cercanas como para generar respuestas emocionales fuertes en ti, y (b) la ausencia total de los controles sociales del mundo físico que hacen que la gente modere su conducta y evite agredir.
Rico, ¿no?
Nos hemos convencido de que necesitamos tolerar esto en nombre de la libertad de expresión, el darwinismo de ideas, la democracia. Pero ya no es 2007. Ya hemos vivido lo suficiente como para entender que “la plaza pública digital”, así como las dietas detox y las organizaciones sin jerarquía, suenan bien en la teoría, pero no nos hacen bien en la práctica.
Darwinismo de ideas, pero de verdad
Hay un artículo en WIRED que me encanta sobre la “mierdización” de TikTok y sobre cómo, en general, las plataformas mueren. El libreto parece repetirse: las plataformas comienzan dando un enorme beneficio a sus usuarios y luego, presionadas por la necesidad y ambición de extraer el máximo valor posible para sí mismas (AKA monetizar), comienzan a restarle valor a sus usuarios.
Tal vez lo que le pasó a Twitter nunca fue un tema de management o de moderación de contenido. Sospecho que el modelo mismo es el problema. Y tal vez es el problema justamente por las razones que invoco más arriba: porque provoca efectos psicológicos y conductuales que van en contra de millones de años de evolución como seres sociales.
El FOMO es una buena razón por la cual algunas personas siguen en Twitter. Piensan que no hay otro lugar donde van a poder enterarse de lo importante tan rápido.
Pero eso no es cierto. Y dado que el “darwinismo de ideas” ha sido uno de los conceptos centrales detrás del proyecto de Twitter, es bueno traer a la mesa a Richard Dawkins, el biólogo evolucionario, que es quien inventó el concepto de memes.
Los memes no son solamente fotos de gatitos con captions3, sino todo elemento cultural (moda, tendencia, frases, canciones, etc) que puede ser propagado de persona en persona, orgánicamente, tal como un virus.
Y tal como un virus, el éxito de un meme consiste en su habilidad para replicarse y diseminarse. Proverbios como “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" o supersticiones tales como no pasar debajo de una escalera no necesitaron de un algoritmo o retweets para sobrevivir por siglos.
En un mundo conectadísimo a la Internet, las noticias verdaderamente importantes llegarán a ti rápidamente sin necesidad de apoyarte en una plataforma en particular. Muy por el contrario: las noticias verdaderamente importantes llegarán a ti sin importar la plataforma, precisamente porque son importantes.
Y es por eso que no debemos preocuparnos por reemplazar Twitter. No necesitamos algo como Twitter, no en esta época. Para informarnos, para conectar con otras personas, para compartir nuestros pensamientos y sostener discusiones públicas, tenemos otros medios.
Muchos de esos medios (como el grupo de tu familia en WhatsApp) se sentirán más restringidos o limitados en su alcance. Pero creo que eso es algo bueno, porque limita también el daño que puedan causar y responden un poco mejor a los límites sociales que tenemos naturalmente, además de ser más resistentes al abuso por nuevas tecnologías.
Yo, personalmente, prefiero el living de mi casa a Times Square.
Esta es la última vez en este artículo en el que haré mención a Twitter como “X”, un nombre tan absurdo como caprichoso y muy poco relevante en su historia.
No por nada Twitter fue creado en San Francisco, un lugar dado a las utopías sociales y donde la interacción al azar en la calle es bastante más bienvenida que en otras culturas.
No son sólo gatitos con captions, pero también son gatitos con captions. Y es por eso que el contenido viral de internet terminó llamándose memes: son los que encontraron la manera más eficiente de propagarse.